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¡La pintura ha muerto!, ¡Viva la metapintura! “Hace ya tiempo, y en varias ocasiones, que a la pintura tradicional le han declarado muerta, pero no acaban de enterrarla; justamente mi trabajo pretende representar dónde se puede ubicar la pintura hoy, desde el arte contemporáneo, y mostrar empíricamente hasta dónde puede llegar mañana, acompañada de las nuevas tecnologías”.
Víctor López-Rúa, artista español, introduce así al recorrido de su reciente obra reunida en una breve pero “inquietante” exposición, titulada “El instante vertical”, que abrió al público este jueves en la galería Proyecto H, en la colonia Roma de Ciudad de México, como colofón a la Semana del Arte, comentó Luciana Sánchez Fernández, directora del espacio.
Un total de doce obras que mutan del impresionismo al expresionismo contemporáneos se despliegan en la sala de exhibición, proyectando colores brillantes que van del naranja al rojo y del verde al azul, iluminando el espacio de paredes blancas; pero la pieza estelar que concentra la mirada del espectador —literalmente— es “Brunch” (2022), una pintura estereoscópica que sólo puede apreciarse cabalmente mediante un visor situado justo delante de dos lienzos aparentemente iguales, pero a través del estereoscopio el diletante puede distinguir los distintos trazos de las piezas y completar una sola imagen en 3D.
La metapintura
“’Brunch’ es la representación artificial de la mirada natural humana. La pintura de por sí es irregular, hay irregularidades en la textura, en el color y en las formas, y en la pintura estereográfica lo que hace el cerebro es acoger esas irregularidades y las coloca para conformar la imagen tridimensional. En esta obra, aparentemente las dos imágenes son iguales, pero hay pequeñas disparidades que corresponden a lo que cada ojo alcanza a ver y entre ambos completan la imagen”, detalla el artista.
Completa la obra un video en 3D compuesto a partir de 800 instantáneas que van dando cuenta del proceso pictórico, de cómo se va completando el cuadro a partir de pequeñas teselas imaginarias que se van insertando en el lienzo, y “el espectador va viendo cómo se transforma el blanco de la tela hasta conformar la imagen.”
A este proceso de creación es al que el artista llama “metapintura”, que anuncia lo que será la plástica del futuro o la tercera o cuarta sobrevivencia del arte pictórico en el siglo XXI.
“Me gusta mucho el concepto de metapintura, es decir, es un proceso que parte de la pintura para hablar de la propia pintura, de las virtudes que trae de antes y de a donde nos puede llevar en el futuro”, dice López-Rúa.
No obstante, el concepto no es propiamente nuevo —advierte—, está definido como “tridimencionalismo metapictórico, un proceso que integra arte y ciencia, que involucra procesos matemáticos y biométricos”, pero del que asegura ser pionero en su aplicación al arte pictórico.
“Mi trabajo es el primero que se desarrolla en la historia del arte donde la pintura acompaña a la estereoscopía; sólo Dalí, en 1970, tuvo algunos acercamientos tímidos, pero la estereoscopía siempre ha estado presente en el cine y en la fotografía”, afirma.
López-Rúa lleva al menos una década explorando en esta técnica, de manera autodidacta y empírica, “a ensayo y error” —dice—, y el producto de su experiencia, además de en sus obras, ha quedado plasmado en un libro titulado “El gemelo mental”.
“Desde pequeño yo tenía en casa un estereoscopio del siglo XIX que me permitía acceder al mundo con cierta profundidad, ahí empecé a hacer mis pinitos con obras mías, luego comencé a investigar, y un día me reencontré con un amigo de la infancia que casualmente era estereógrafo, y a partir de allí empezamos a colaborar”.
La muestra pictórica incluye además otras obras que pasman al visitante por su dramatismo y colorido: “El juego del escondite”, “Una excursión campestre”, “Sueño en el bosque”, “Cóctel”, “El convidado de piedra”, y todas ellas tienen su contraparte, una pintura casi idéntica en formato pequeño, que refleja la luz natural de una determinada hora del día, y que evoca a la corriente impresionista, y que al pasar al gran formato se transforman sus colores y los gestos de los personajes y se convierte en una obra expresionista, relata el autor.
“El color de las obras está hecho para deslumbrar al espectador, para que se crea en un inicio que la obra habla sobre la belleza, lo cual es incierto porque realmente la obra es trágica, pero hay que esperar un poco, tomar distancia y darse tiempo para conversar con la obra”.
Sobre el futuro de la pintura, López-Rúa señala que “acompañada por la estereoscopía y la vanguardia visual en 3D, nos puede llevar a una inmersión distinta, nueva, en la obra de arte.”
No obstante, advierte en las vanguardias tecnológicas, aplicadas al arte pictórico, una problemática para la que no tiene todavía respuesta. “Con la realidad virtual ocurre que se pierde la distancia con la obra y el misterio que lleva intrínsecamente. El arte necesita distancia, hay que tenerla para que el misterio de la obra de arte siga existiendo, con la realidad virtual el espectador se mete en la obra, ya es parte de ella, y ese momento el misterio puede llegar a perderse”.