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Y Picasso llegó a América

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Sabido es que la obra de Pablo Ruiz Picasso marcó un antes y un después en la Historia del Arte y, el continente americano no fue menos, ya que marcará, incluso definirá, para siempre a varias generaciones de artistas de todo el siglo, a un lado u otro del Atlántico.

A principios del siglo XX, el arte en América estaba sujeto a muchos altibajos. Estados Unidos y, en menor medida, Iberoamérica, permanecían cerrados al arte moderno. Los críticos, la prensa, el público, e incluso los psiquiatras tachaban este nuevo arte que venía de Europa como el resultado de mentes trastornadas y una amenaza para la tranquilidad de la gente. Solo les interesaba los maestros antiguos, lo ya conocido, el canon y la elegancia derivada de Rafael, el neoclasicismo decimonónico, no aquellas representaciones geométricas de vulgares trabajadoras de burdeles desnudas, ese arte “degenerado” como se denominó al primer arte de vanguardia proveniente de Europa.

El estudioso de su obra, Hugh Eakin, autor del libro “Picasso’s War. How Modern Art Came to America”, descubre la fascinante relación que existió en Estados Unidos con el arte moderno, desde aquellas burlas como arte degenerado hasta convertir al país en el paraíso para los artistas más progresistas del mundo.

Es justo citar al abogado neoyorquino y amante del arte, John Quinn, uno de los primeros en reconocer estos nuevos tiempos y participar en la primera muestra de arte moderno. ¿Y cómo lo hizo? fue el responsable de movilizarse para conseguir la eliminación del excesivo impuesto existente entonces sobre las importaciones de arte moderno. Cuando murió su inmensa colección inspiró a otros a crear el primer Museo de Arte Moderno siendo su primer director, Alfred Barr, quién acercó al público el arte moderno. “Sus atrevidas exposiciones sobre Picasso o Van Gogh acabaron conquistando a todos y ayudaron a preparar el escenario para una nueva generación de artistas”, apunta Eakin.

La crítica de arte y estudiosa de la obra del español, Marie-Laure Bernardac lo define: “Picasso es un fénix que renace eternamente de sus cenizas, utilizando su energía creativa en un proceso de desconstrucción-reconstrucción del Padre, de muerte y resurrección.”

PICASSO IRRUMPE EN UNA AMÉRICA CONSERVADORA.

El inventor del cubismo ideó una nueva estructura de la representación, basada, resulta ahora fácil, pero no en 1907, de una ruptura radical con el arte hasta entonces conocido, apoyándose en las revoluciones estéticas europeas, un lenguaje susceptible de presentar en el nuevo curso de la realidad hispanoamericana.

Y es que, desde finales del siglo XIX, un gran número de países desde México hacia el sur de continente fueron sacudidos no sólo por grandes cambios políticos, sino también económicos y sociales que nutrirán un contexto muy poderoso de reivindicaciones: abolición de la esclavitud, la declaración de independencias, el desarrollo de las comunicaciones, inmigración masiva de más de 50 millones de europeos entre 1820 y 1920.

En el mundo del arte, artistas, pintores inquietos, pertenecientes casi todos a las clases sociales altas, buscaban a través de estas nuevas propuestas vanguardistas transmitir este cambio, esas transformaciones, y ser testigos de estos nuevos tiempos.

Pero el continente americano pronto iba a digerir y transformar esas innovaciones artísticas europeas. Durante muchos años, estaría en un constante ir y venir, entre su tierra, América y la modernidad que venía de Europa. Una adhesión atávica hacia una tierra que continuaba dictando sus leyes, y que sólo podía entrar en contradicción con el deseo de emanciparse de una realidad que a la vez quedaba marginada por la evolución del mundo moderno.

Para los artistas iberoamericanos el cubismo no era, realmente un estilo pictórico, ni una receta para producir cuadros “modernos”, ya que no había un mercado en sus países, pero finalmente acabarán reconociendo: “Todos, incluido yo, nacimos de un dedo de Picasso”, declaró el pintor, escultor y muralista venezolano Oswaldo Vigas, fallecido en 2014 a los 90 años, y cuya obra tiene esa llama envolvente picassiana. Desde niño hasta el final de su vida, Vigas se dedicó a crear un arte propio en el que reafirmó sus raíces hispanas y su admiración por la mujer con obras llenas de fuerza.

La influencia del uruguayo Pedro Figari (1861-1938), muy alejado de las preocupaciones formales de la composición-descomposición cubista, no dejará de hacerse sentir, e incluso con su compatriota, el pintor Joaquín Torres García (1874-1949) que estuvo con Picasso en Barcelona entre 1896 y 1910, tomaron clases en los mismos lugares y con los mismos maestros, compartieron la bohemia de los primeros años del siglo XX y después de pasar por una etapa en Nueva York será en París donde volverá a coincidir con Picasso. Su álbum de Nueva York (1920) lleva la marca de este diálogo.

Un estilo al que permaneció fiel el argentino Emilio Pettorutti (1892-1970) pero es en Italia, junto con el brasileño Ismael Nery (1900-1934), cuando torna a formas cubo-futuristas primero. La emigración más tardía de artistas como el brasileño Lasar Segall (1891-1957) testifica la mezcla de influencias comparables en Brasil, permaneciendo el chileno Manuel Ortiz de Zárate (1887-1946), más ligado a los cafés de Montparnasse, con una obra cubista. (Apollinaire habla de él como del «único Patagón de París»),

También el brasileño Cándido Portinari (1903-1962), cuyo origen campesino le permite plasmar los problemas de la vida rural brasileña, otorga una mirada de arte social, políticamente comprometido que no disimula el sufrimiento. Alguno de sus cuadros llega al extremo de esta visión cruda de la miseria, y a tal punto llega, que su patetismo fue criticado.

El mexicano Diego Rivera (1886-1957) que proclamó con franqueza, “nunca creí en Dios, pero creo en Picasso”, en su autobiografía subraya: “Casi ningún pintor posterior ha escapado a su influencia… Durante mis inicios en París, primero fui discípulo de Picasso y más tarde su amigo”.

Convertido en el portavoz de la realidad social y política, Rivera es el principal motor de un movimiento donde se mezclan elementos estéticos y consignas políticas con el fin de dar a un pueblo mayoritariamente poco formado, imágenes e ideas para movilizarlo, y fomentar la construcción de una conciencia social y política. También el argentino Antonio Berni (1905-1981), después de un período surrealista, proclama que a partir del “Guernica” ningún artista puede eludir o, dejar de asumir, el sufrimiento del pueblo.

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